Miguel Ruiz Stull
Miguel Ruiz Stull // Foto: Raimundo Edwards

combinatoria


Texto: Miguel Ruiz Stull

Por combinatoria se intenta pensar, pero ante todo conjugar y poner en comunicación, una trama compleja, no tanto de cinco partes que compondrían un todo compuesto, sino la organización de cinco tendencias que se encuentran en un punto que descentra cada vez, en cinco instantes, una imagen de un complejo dinámico que bien puede ser comprendida bajo la cifra de una, de esta actual combinatoria. O bien, como entendía Leibniz que cada porción de materia puede ser concebida como un jardín lleno de plantas como un estanque lleno de peces, toda combinatoria supone ante todo poner en relación una pluralidad de elementos que difieren cada vez en su siempre variante naturaleza, y es por ello que entendemos que la forma de organización de esta muestra no podría ser entendida como una simple suma de un todo, sino como la conjugación, tan coyuntural como actual, de cinco tendencias que difieran cada vez su punto de reunión. Pero al mismo tiempo, como prosigue Leibniz, cada rama de la planta, cada miembro del animal, cada gota de sus humores es, a su vez, un jardín o un estanque igual que los primeros, acontece para esta exposición, para esta singular combinatoria, ser ante todo la afirmación de una diversidad específica que coincide de modo heterogéneo en un mismo lugar. Estas líneas hasta acá jalonadas desde la Monadología quizá puedan traducir o explicar la puesta en marcha de esta tentativa, la cual repartida en tendencias de suyo heterogéneas, implican el desenvolvimiento a la vez simple y complejo de una dinámica estructural que liga de modo contingente e impreciso cinco proyectos que en este lugar son puestos en combinatoria. Simple y complejo, que caracterizarían de mejor forma esta exposición, no tendrían que ser entendidos inmediatamente bajo el signo de una contradicción, sino más bien como el ejercicio o puesta en operación de una contrariedad constitutiva que se dispone a la visión. La simplicidad de cada una de las tendencias se conjugan, en fin, en la complejidad efectiva que bien puede tomar por nombre en esta ocasión combinatoria.

 

La primera de estas tendencias, dispuesta por la obra de Yto Aranda, pone frente a nosotros ante todo un desafío que busca desplazar los marcos clásicos que dominan un entendimiento de la pintura. Es que la serie de desplazamientos, controlados por diversos dispositivos de orden tecnológico, confrontan la visión del espectador en un nuevo cuadro de la experiencia visual que enfatiza por poner en movimiento la interactividad. Pensamos: esta mentada interactividad que pone en obra la estrategia de Yto Aranda, provoca un radical desplazamiento de aquello que tradicionalmente se dispone para la exposición de un espectador cualquiera. Yto Aranda enlaza en un mismo lugar, en una misma visión aquello que se da a ver y lo que se ve, o bien, y que es lo mismo a nuestro juicio, la combinación entre visión-visor-vidente podría ser entendido como la puesta en marcha de una efectiva fractura de la experiencia habitual del espectador. Esta triple implicación no sería sino, en definitiva, una combinatoria de indiscernibles que ponen en quiebra la experiencia y el entendimiento de la pintura clásica: el sujeto vidente, el objeto visto, son conjugados en un mismo instante que bien puede traducir la palabra (e-)visión, entendiendo a esta como la simple salida a exposición de una potencia abierta y artística de lo visual mismo. Esta potencia singular de configuración visual, en su reverso, habría de ser entendida como el despliegue y la actualización de los recursos digitales, recursos que, subvirtiendo y poniendo en quiebra los procedimientos clásicos, nos pone en evidencia que la separación entre espectador y productor, entre obra y juicio, entre sujeto y objeto, si no deviene artificiosa, al menos se torna irrelevante para los fines apostados para esta obra.

 

Esta potencia visual, su puesta en obra, se redobla en la serie de pinturas que deja ver Marcelo Sánchez. Con una habilidad de cronista, se recorre en diversos sentidos ese acerbo de memorias o los retazos de ella que habitualmente llamamos simplemente como cultura. Es que parece ser el caso para esta serie llevar al límite las articulaciones que darían una especie de jerarquía entre aquellos elementos útiles o inútiles que compondrían esa reserva, esa especie de archivo que sería la cultura. La mezcla de tendencias y direcciones, la certeza de que hay una incertidumbre en la decisión de separar recursos y significaciones, parece signar la unidad simple que recorre de modo enfático la serialidad que coliga estas pinturas. Esta simplicidad no sería sino el carácter con que se impulsa la obra misma, la cual abriendo y clausurando, con más o menos artificio mediante, series de significaciones culturales, que nos pone frente a nuestro ojos, en una unidad entre radiante y gráfica, la extensión de una simple visión. Visión, que exponiéndose al modo de un irrelevante paisaje, en tanto que aparentemente insignificante y en cuanto que aparentemente ficticio, otorga una unidad, tan sorpresiva como instantánea, de una potencia violenta y celeste que apremia aquella otra potencia visual de un motivo jalonado por trozos, también aparentemente dispersos, de una cultura que se piensa eminente por sus grados de erudición. Grados de regresión y progresión de la memoria, que en manos de un cronista-visual retornan en un despliegue tan nuevo como eficaz de una inteligente combinatoria de recursos que dan lugar a otro producto de esta reserva, de ese acerbo, de alguna cultura. Cultura, que siendo de suyo una mezcla de heterogéneos, no se sustrae de los componentes populares que, sin duda, ponen en variación constante la actualidad diversa de su propia fisonomía.

 

Alfonso Fernández toma parte de estas potencialidades de la visión de un modo explosivo y enérgico, por medio de agresivas pinceladas, haciéndolas devenir más intensas, más reflexivas. Si en las dos tendencias que le anteceden se asiste a la puesta en forma de una exterioridad y un poder exteriorizador de la visión, lo que esta serie habría de implicar es la inflexión de la visión por el ejercicio intensivo y violento de trazos y colores, del desgarro de la figura y la eclosión de los matices, llevando así al extremo aquella salida que sería una simple emergencia de una singularidad. Es que la apuesta por exponer de modo fuerte, marcado y determinante, una serie de contrastes, el esbozo rápido de la figura, la potencia de las líneas y las oscilaciones en convergencia y divergencia de estas, todo esto puesto en combinatoria, lleva al extremo la presentación de lo singular, en la justa medida en que es la propia instancia de su salida que obliga toda vez a llevar al extremo su propia operación de surgimiento. El drama, que suponemos y especulamos, aloja el sentido de esta serie de singularidades, no cabría sino ser pensado como la exposición de las tendencias, quizá las más violentas, que acaecen en la experiencia de una vida que siente cada vez la potencia transformacional de su actual fisonomía. Experiencia que, al fin y al cabo, no pareciese sino devenir en una visión tan expresiva como aquello que hace ver, tan violenta como aquello que desea emerger a la visión en clave de singularidad. En suma, la complejidad expresiva de la obra de Alfonso Fernández, dada por una variedad de recursos, no contrasta sino con la simplicidad significativa que hace consistente esta serie dispuesta en esta tendencia de combinación.

 

La obra presentada por Raimundo Edwards sostiene por extensión, y ya no por intensión, la expresión de lo singular, entendido ahora como el despliegue de una existencia. Sin embargo, esta extensión supone ante todo una radicalización a través de la complejidad de una trama que conjuga, por un lado, la existencia como paisaje y la fractura de esta, por otro, por vía del acontecimiento del accidente. Es así que queremos entender la propuesta de Raimundo Edwards, en la medida en que este paisaje disemina las formas por la interferencia de un principio de velocidad que enajena las determinaciones reconocibles de esta típica pictórica; pero que enfrenta, a su vez, ese mismo paisaje a la finitud de la propia existencia en el desvío y la derrota del mismo recorrido propuesto por aquel otro paisaje convenientemente dirigido por un soporte eminentemente signalético. Es la realidad de la falla, de la perturbación del recorrido y el desvío de un destino acaso planeado, lo que es puesto en combinatoria por la propuesta, compleja, pero simplemente entramada a la que nos expone ya de modo habitual el estilo de Raimundo Edwards. De este modo queremos entender el uso de estas señales, intervenidas de un modo fuertemente gráfico, señales que alientan la toma de una dirección posible de lo que desde el paisaje en velocidad nos sugería seguir en la simplicidad radiante de una visión. En efecto, la obra, pintura e instalación, nos propone la dirección de una experiencia tan específica como determinada que, a través del proceso del paisaje puesto en velocidad, al lado de señales que surgen, dirigen e interrumpen nuestra mirada, nos da a pensar esa fractura o ese desgarro de una existencia bajo la cifra de una clausura artificial de su propio movimiento, de algunos restos de existencia cuasi petrificados que indican el fin de su propio proceso viviente. Otra vez debemos escribir que lo que da a pensar las obras de Raimundo Edwards convendría denominarlo una heautonomía absoluta, una obra que expone y despliega su propia regla de producción, bajo la condición de que esa regla siempre anida en su germen el rasgo siempre variante de la excepcionalidad y la constante transformación.

 

No ha de extrañarnos, bajo la apertura de este espacio puesto en combinatoria en sus más diversas tendencias, la propuesta de alta potencia visual que nos ofrece a ver la obra de Camila Valenzuela. En ella se traman diversos registros que juegan desde un soporte dado por retazos y trazos de planos, la potente gráfica visual que hace salir la figura desde la potencia del color y el motivo genealógico que pareciera dirigir y, en cierto modo, cifrar la unidad de su presentación. Es que, si hemos asistido de modo progresivo a la instalación de una idea dinámica, abierta y hasta dramática de pensar la propia existencia, con todo el acento en la experiencia de su cambio pensado en cuanto tendencia, la visión a la cual nos encamina Camila Valenzuela, no parece ser sino la puesta en forma y en proceso de una espectacular planimetría de la memoria. Y esto es así, en la medida en que el soporte en donde aparecen sobrepuestos y sobrexpuestos la diversidad de estos motivos, del color que hace aparecer la línea, expresa en cada instancia la puesta en movimiento de una memoria que se dirige al presente de una manera rigurosamente conducida. Todo plano no es tanto un calco, como el proyecto y la dirección de lo que ahí se piensa por construir. Del mismo modo, esta obra nos invita a pensar que el ejercicio de la memoria no es sino dirigir una materia tan específica como familiar que da sentido a la presencia de aquello que no deja sino de estar, de permanecer y que insiste por no caer en el simple olvido. El trabajo de Camila Valenzuela deviene en el reconocimiento de un ejercicio radical de la memoria que adviene en sus matices y fluctuaciones, que dando a ver la figura a través del uso inteligente del color, interviene nuestro presente en todo momento de su espera que coincide toda vez con un poder cautivar al espectador en la propia instancia de presentación, siempre fluctuante de novedad.

 

En suma, lo que Combinatoria nos propone en su exposición es la instalación de una apertura que intenta hacer coincidir un flujo de tendencias, en este caso cinco, en un mismo ánimo que impera por disponer como positivo la diversidad y heterogeneidad que implica el despliegue de lo real. Combinatoria combina tecnología con técnica, color con líneas en fuga, continuidades gráficas con desgarros artificiales, en suma, una materia siempre variante que, como recordábamos desde Leibniz, siendo una, solo podría ser comprendida a través de la expresión y exposición diversa de una trama de lo múltiple.

 

 

Miguel Ruiz Stull

Junio, 2011

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